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28.2.12

Cuentos de Mamá-Pájaro: TRES

Del segundo de esos huevos salió un niño que descendió del árbol a la edad de 30 años.
Paseó por el mundo hasta llegar a una pintoresca localidad en la que la gente era muy amable. Decidió no hablar de sus orígenes por miedo a lo que el resto de personas pudieran decir u opinar.
Todo era normal en su vida, no había nada extraño que le pudiera llevar al mismo destino que sufrieron su madre y su hermana, pero sí era cierto que había algo distinto: había ido a parar a un pueblecito situado alrededor de un enorme lago, y como el muchacho no había visto nunca el agua -al menos no tan oscura, misteriosa y terrorífica-. no podía evitar sentir un miedo atroz hacia aquel lago.
Procuraba caminar lo más lejos posible de él, por las noches cerraba todas las entradas de su casa y cuando dormía tenía pesadillas en las que una voz lo llamaba al interior del lago.
El chico estaba convencido completamente de que sus sueños eran reales y de que el lago estaba habitado por una criatura terrible. De hecho, una mañana vio dos ojos dorados mirándolo desde el fondo. Esto lo asustó tanto que se volvió paranoico y a partir de entonces habló  a todo el mundo de la presencia que habitaba el lago.
Todos lo tomaron por loco como era de esperar, pero él no se dio por vencido. Sabía que en el lago había un monstruo que pretendía devorar poco a poco a todos los habitantes del pueblo, así que se dedicó a estudiar al monstruo, el pasado del lago... pero todo parecía normal y llegó a la conclusión de que nadie lo había visto antes porque sólo salía de noche.
Aquella noche e armó de valor y fue a buscar al monstruo.
Se acercó lentamente con una antorcha para alumbrarse y una vara. Sabía que no era demasiado, pero cuando el monstruo saliera sería suficiente para darle unos segundos hasta llegar a su casa.
El corazón no dejó de latir con fuerza ni por un segundo. Pensó muchas veces en salir corriendo, pero sabía que tenía que enfrentarse a sus temores, o quizá si perecía al menos salvaría al pueblo de su destino.
El cielo estaba nublado y ocultaba la luna llena tras sus nubes, por lo que la noche era oscura y tenebrosa. Todo el pueblo dormía y no se escuchaba absolutamente nada, a excepción de los sonidos de algunos animales que hacían que su corazón fuera todavía -si era posible- más rápido.
Se hacía tarde y el monstruo seguía sin aparecer.
Su angustia cada vez era mayor y su miedo más poderoso. La oscuridad era terrible y el agua negra como carbón. De vez en cuando se oía un chapoteo y el hombre estaba todavía más tenso.
Hasta que por fin apareció; de las aguas surgió un rostro deforme de ojos amarillos y piel rugosa y dura. Parecía tener bultitos por todas partes, dientes afilados como cuchillas y una boca enorme.
Era un animal submarino prehistórico que había conseguido vivir en el fondo del lago gracias a que se alimentaba de los insensatos que iban a bañarse de noche en sus aguas.
Al hombre solo le dio tiempo a chillar y a girarse, preparado para correr, porque el monstruo alargó una garra palmeada y enmohecida, le agarró la pierna y lo arrastró a su interior.


A la mañana siguiente lo encontraron muerto en la orilla del lago donde estaba esperando. En su pecho había un hueco; el corazón le había explotado.
El alcalde reunió a todo el pueblo y preguntó si alguien había visto lo que había pasado y un hombre levantó la mano:
"Como cada noche me metí al lago para pescar. cuando terminé, salí a la superficie con todos los peces que había capturado colgados de los brazos. Estaba cubierto de barro y algas, por lo que cuando me vio el muchacho se asustó, pegó un grito y el corazón simplemente explotó. Juro que no tengo nada que ver con él", explicó aquel ciudadano.
Y así fue como murió el segundo hijo: su miedo se apoderó de su mente, ésta le jugó una mala  pasada y su corazón lo traicionó.


Cuentos de Mamá-Pájaro: DOS

El primero de esos hijos era una niña que descendió del árbol cuando tenía cerca de 20 años y llegó al mismo pueblo en el que vivió su madre.
Tenía el mismo rostro que la mujer pájaro, así que la gente del pueblo la temió en un primer momento, mas decidieron esperar a ver qué pasaba con ella.
Trabajó duro y se compró una casa muy bonita. Era bastante enérgica, no estaba hecha para descansar. Se levantaba temprano y no paraba de hacer cosas hasta las tantas de la noche.
El pueblo entero estaba bastante contento con ella, hasta que salió a la luz no de los dones que había heredado de su madre: podía hablar con las aves. 
El temor volvió a apoderarse del pueblo, así que entraron de noche en su casa y la raptaron, encerrándola en una especie de sanatorio en una habitación en el sótano, sin ventanas y con una sola puerta y sin más mobiliario que una cama de hiero.
La muchacha no estaba acostumbrada a estar encerrada; era como un pájaro, nació para ser libre, así que  gritaba día y noche para que la sacaran de aquella claustrofóbica habitación.
Era insoportable para ella no poder ver la luz del sol, no poder respirar aire fresco y comenzó a volverse loca.
Para controlarla mejor la ataron a la cama y la mantuvieron drogada. Pero eso fue mucho peor para ella, porque al igual que su madre sufrió una transformación: no estaba acostumbrada a estar quieta y sin hacer nada  todos los días, y mucho menos a estar tranquila, por lo que su piel se fue estropeando, endureciendo, arrugando; cambiaba de color, se retorcía y se fundía con la cama.
Era lenta y pesada, por  lo que la droga ya no era necesaria. 
Su cabello también se endureció y se transformó en ramas. Sus pies eran como raíces que cubrían su lecho, el cual ahora parecía ser una extensión de su cuerpo.
Los médicos no entendían qué pasaba. La joven crecía más y más cada día, tanto que llegó a destrozar el sanatorio. Mucha gente murió aplastada por sus ramas y sus raíces. Ella seguía viva. No hablaba, pero sí respiraba a través de unos pesados pulmones de corteza de árbol, una corteza que cubrió por completo su cuerpo -a excepción de su rostro- y una buena parte de la cama, aunque se seguían distinguiendo los hierros y algunas partes acolchadas.
Pasó el tiempo, y la muchacha, cansada y adormecida seguía creciendo, y siguió y siguió, hasta que alcanzó la altura de  una montaña enorme y destruyó la ciudad por completo.
Ya no quedaba nada del pasado de su madre -una madre que jamás conoció-; tan solo el sufrimiento de una hija.

Cuentos de Mamá-Pájaro: UNO

Érase una vez una mujer que vivía sin más compañía que una jaula de pájaros. Era enorme, la tenía desde que era pequeña y la fue llenando poco a poco con todo tipo de aves. Le encantaban, en especial las palomas; pero como se iba centrando cada vez más en ellas y menos en la gente se decía de que se estaba volviendo loca.
Y de algún modo así era, porque hablaba con las aves; ellas la entendían y ella las entendía. Cuando alguien la veía por la calle y le preguntaba por sus pájaros ella simplemente contestaba con un graznido.
Se gastaba todo lo que tenía en cuidar a sus preciados pájaros, así que ella terminó por alimentarse de lo mismo: alpiste.
Una mañana se despertó molesta por un incómodo bulto que comenzaba a salirle en la espalda. Le picaba y le dolía y aun así no paraba de rascarse.
La piel de sus piernas se estaba endureciendo cada día más. Sus brazos tendieron a juntarse a su torso, y los poros de su piel se abrían y dejaban pasar lo que parecía ser pelo de color castaño rojizo.
Los bultos de la espalda crecían cada vez más, algo se hacía paso a través de su espalda.
La mujer estaba aterrada, no sabía lo que le sucedía ni tampoco la causa de ello. Corrió varias veces al pueblo para pedir ayuda a alguien, pero lo único que sabía hacer era imitar el graznido de los pájaros. 
Terminó por recluirse en su casa. Los pelitos que parecían salir de sus poros eran en realidad plumas. Sus piernas se estaban transformando en patas rígidas con afiladas garras, y los bultos de su espalda eran alas.
Se sentó en un rincón del patio de su casa y, embelesada, miró la jaula. Culpó de su desgracia a los centenares de aves que guardaba en ella, aves que graznaban y piaban sin cesar como si se burlasen del mal que se apoderaba poco a poco de ella.
En la mujer se despertó el odio.
Abrió la puerta de la jaula con la boca -pues sus brazos eran ahora parte de su torso- y atacó a todas y cada una de las aves que allí se encontraban, devorándolas y arrancándoles las plumas. 
Estaba muy cansada y el dolor esa espantoso, por lo que se quedó dormida tras su ataque de ira, cubierta de plumas que no eran suyas. 
Por el día despertó y ya no sentía dolor alguno: la transformación se había completado. Salió volando con sus nuevas alas y cacareó como el gallo dando los buenos días huyendo hacia el bosque para esconderse. 
Todos los habitantes de la ciudad sabían quien era aquel enorme pajarraco con cabeza de mujer, y temiendo que volviera al pueblo a perturbar sus vidas iniciaron una expedición armados para encontrar al pájaro endemoniado que podría traerles serios problemas.
Una semana entera estuvieron buscándola hasta que por fin un joven le disparó en el corazón. La mujer-pájaro cayó al suelo muerta. El pueblo por fin podía descansar, ya no tenían por qué preocuparse. Todo había acabado.
Por lo menos esta historia.
Lo que ninguno de esos habitantes sabía era que la mujer-pájaro había sido mamá. Había puesto cuatro huevos en un nido en lo más alto del árbol más alto del bosque. De esos cuatro huevos nacieron dos niños y dos niñas humanos que vivieron alimentados por otros pájaros que pasaban por allí hasta que alcanzaron la edad suficiente para abandonar el nido.

Valentine Price


26.2.12

Cuarta Estación

La última historia sucedió durante un frío invierno.
Habla sobre una doncella que vivía en una ciudad muy pequeña donde todo el mundo se conocía. Como era muy bella tenía siempre una larga fila de pretendientes llamando a su puerta para pedirle matrimonio. Pero desde que era niña había sido cruel, ambiciosa, y tenía el corazón tan frío como un bloque de hielo, por lo que rápidamente se deshacía de todos aquellos hombres que buscaban su amor. 
Se consideraba superior a todos ellos, así que antes de darles una negativa se aprovechaba de ellos y les pedía miles de regalos, joyas, piezas de piel... pero nunca era suficiente con lo que le llevaban, por lo que se aburría en seguida de ellos. Hasta que un día se presentó un hombre sobre un oso polar que le prometió hacerla reina si aceptaba a casarse con él.
La doncella, movida por su codicia, accedió y planificó la boda inmediatamente porque su frío corazón no podía esperar a albergar todo el poder, la fortuna y la fama de una reina.
En cuanto se casaron, el hombre se subió en su oso polar y se llevó a la joven con él para llevarla a su hogar.
Pero la traicionó.
La abandonó en lo alto de una gélida montaña donde se congeló y se convirtió en nieve; cada invierno llevaba el frío a todos los pueblos, se burlaba de ellos, destrozaba sus cosechas y los arruinaba por completo, llevando el frío de su corazón de ciudad en ciudad, riéndose de sus desgracias con una estruendosa carcajada que helaba aun más a los ciudadanos.
Y mucha gente afirma haberla podido ver en lo alto de aquella montaña, sentada sobre un trono de hielo.

Tercera Estación

Lo que me dispongo a relatar sucedió en otoño, pero mucho tiempo atrás, antes que las dos historias previas.
Tiene que ver con un árbol que comenzó siendo como los demás árboles: naciendo de una pequeña semilla.
Creció en medio de un bosque, feliz, hermoso; daba frutos de color blanco y sus flores tenían un aroma especialmente dulce.
Era el árbol más grande del bosque, y todos los hombres acudían a él para dormir la siesta a su sombra. Pero el tiempo pasó; los hombres cambiaron y ya no se pasaban a echar una siesta, sino que arrancaban sus frutos, dañaban sus ramas y no sólo a él, sino también a sus hermanos, tallaban su tronco, provocaban incendios y eso no le gustaba.
Su ira fue creciendo cada vez más; poco a poco dejó de fabricar hojas, ya no se preocupaba por decorarlas en primavera con flores o fruta. Su rabia y su dolor lo hicieron menguar y retorcerse, pero para él eso no era suficiente. Quería vengarse de los hombres que seguían acercándose al bosque para hacer travesuras. Un día se acercó a él un niño pequeño que, inocente, sentía curiosidad. El árbol movió sus retorcidas, delgadas y desnudas ramas, lo cogió, abrió su tronco y lo tragó sin más.
Y así continuó, alimentándose de los niños que se acercaban a él, dándoles una lección; hasta que un día por el sangriento almuerzo que tomaba comenzó a fabricar frutos de nuevo, pero esta vez de color rojo.
La producción de estos lujosos manjares era una ventaja para el árbol, que atraía todavía a más niños.
En cuanto a qué pasaría si alguien comiera de aquellos frutos... Nadie lo sabe aun. 

8.2.12

Segunda Estación

Esta historia sucedió en verano, un tiempo después de la anterior. Trata de una muchacha joven y de hermosos cabellos dorados. Su madre siempre la animaba a salir a jugar fuera, pues hacia buen tiempo y daba gusto estar en la calle.
Sin embargo ella prefería quedarse en casa días enteros, sin salir si quiera de su habitación para comer, simplemente contemplando su reflejo en el espejo de su tocador, admirando su belleza y cepillándose el cabello.
Su madre estaba muy preocupada por ella; aunque no era su hija de verdad, la quería como si lo fuera, y todos los días le pedía que saliera de su casa e hiciera amigos con los que poder jugar.
Pero la muchacha jamás abandonaba su habitación, a penas sí comía, y se quedaba a altas horas de la noche mirándose al espejo hasta que finalmente, exhausta, dormía.
Una mañana en la que se encontraba en su diaria tarea de cepillarse el pelo, vino a visitarla un extraño búho.
-¿Por qué malgastas tu verano?-Le preguntó.
-No hay nada que me importe ahí fuera. Para mi tan solo existe mi hermoso reflejo.
-No debes pensar de esa manera; algún día tu belleza desaparecerá, y te darás cuenta de que te has perdido todos los veranos de tu vida.
-¿Cómo podría marchitarse una belleza como la mía?
El búho, cansado de la soberbia de la muchacha, señaló un reloj de arena situado encima de su tocador y dijo:
-Cuando esa arena termine de caer tendrás lo que te mereces-y echó a volar de nuevo.
La joven no hizo caso a las palabras del búho y continuó cepillándose el pelo.
Hasta que la arena un día terminó de caer.
La muchacha estaba mirándose al espejo, cuando éste empezó a resquebrajarse por sí solo. La joven se horrorizó al ver que lo que había sido su vida durante tantísimo tiempo, se desintegraba irremediablemente.
Su reflejo -su imagen resquebrajada- se movió, cobró vida y salió fuera del espejo. Fue tal el miedo que sintió que se desmayó. 
Más tarde se despertó en su cama, pero toda su habitación era diferente. Se levantó y se fue directa a su tocador.
-Todo ha sido un sueño- se dijo.
Pero no fue un sueño. Su reflejo había desaparecido. Estaba dentro del espejo.

7.2.12

Primera Estación


La primavera había llegado con el canto de los pájaros, y el muchacho de cabellos tan rojos como el fuego había salido a celebrarlo, tocando con su flauta una alegre melodía, acompañando a los dulces pajarillos. Su madre le había dicho: "Cuídate mucho, portate bien y no comas nada, que puede ser peligroso".

El muchacho no hizo caso. Era la mejor estación del año, la primavera.
Estuvo hasta el medio día brincando, bailando y tocando la flauta dando la bienvenida a la primavera, cuando se fijó en algo extraño.
Todos los árboles habían florecido, excepto uno que se cernía sobre los demás como una sombra amenazadora. Sus ramas estaban secas, su tronco se retorcía y sus raíces eran como una mano que agarraba la tierra, casi arrancándola, pero lo más curioso era que de ese árbol colgaban unos brillantes y redondos frutos rojos, como su cabello.
Esos frutos parecían mirarlo y parecía que le gritaban: "¡coge a uno de nosotros y cómetelo!".
El muchacho se acercó a ese árbol, se apoyó en una de sus raíces, se inclinó y cogió uno. 
A continuación se tumbó en el suelo con la espalda apoyada al árbol y contempló la manzana, absorto con su hermoso color.
Por un instante creyó ver reflejado en él el rostro de un niño pequeño que flotaba, pero hizo caso omiso y mordió el fruto. De su interior brotó sangre, pero como el muchacho no sabía qué era aquel líquido rojo siguió comiendo, pues el sabor se le antojaba extraño pero delicioso.
Cuando terminó su manjar se quedó durmiendo plácidamente a la sombra de aquel siniestro árbol.
Se despertó por la tarde, molesto, pues el estómago le dolía con rabia. Sintió sus entrañas moverse, y una mano pequeña queriendo salir se abrió paso a través de su vientre.
El muchacho chilló de agonía, pero cuando su inquilino salió, su dolor cesó. Todo había terminado para él.
Una niña pequeña, casi un bebé, se deslizó del interior de aquel individuo y se alejó gateando.

1.2.12

Una Historia Hecha Pedazos

Érase una vez, en un remoto país, un rey y una reina que tenían una hija.
Desde que era muy pequeña sus padres la habían obligado a llevar una máscara, que aunque era de oro puro y estaba decorada por todo tipo de joyas, no le gustaba en absoluto. La llevaba en público y en privado, e incluso cuando se iba a dormir.
***
Pero la niña era muy lista, y había estado planeando desde hace mucho tiempo cómo quitarse la máscara. Lo había intentado todo, hacer palanca, golpeándola... pero nada funcionaba. Sólo la podría abrir con una pequeña llave dorada que la reina guardaba siempre colgada del cuello.
Una noche que los reyes dormían, la pequeña encargó a su sirvienta que cogiera la llave -a pesar de que sabía que si la descubría haciéndolo la mataría- y se la llevara. Afortunadamente la reina no se despertó y le pudo entregar la llave a la princesa. En seguida quiso quitarse la máscara, la introdujo en la cerradura y sonó un "clack" que a la niña le supo a gloria.
Ahora solo quedaba una pequeña cosa que la niña debía solucionar: ¿Cómo haría para que sus padres no descubrieran que se había escapado?
Miró a la sirvienta -que tenía su misma edad-, y le preguntó si le gustaba su habitación, sus juguetes y los manjares que comía cada día. La sirvienta dijo que sí, y sin pensarlo dos veces le puso la máscara y su pijama y ella se vistió con los harapos.
***
La pequeña salió a la calle, dispuesta a ver todo aquello que desde siempre la había maravillado -puesto que ahora que no llevaba la máscara lo disfrutaría aun más-, pero se llevó una enorme sorpresa al ver que las cosas no eran exactamente como solía verlas.
Donde vio un inmenso jardín, con árboles tan altos que tapaban el sol y el sonido de los pájaros que cantaban alegremente en sus copas, ahora solo era un pequeño parterre de hierba con un solo árbol en medio de un mar de asfalto.
Continuó caminando y se encontró con uno de los hombres a los que sus padres le habían presentado. Era el alcalde de una ciudad que no conseguía recordar, pero sí se acordó de que ese hombre solía llevarle caramelos y dulces cada vez que iba a su casa. Quiso ir a saludarlo, pero vio que estaba haciendo algo extraño y decidió esperar y ver. El hombre importante se acercó a una señora, le besó la mano y le llamó la atención sobre algo que pasaba a su espalda; la dama se giró y el Hombre Importante le robó el monedero del bolso.
"¡Qué vergüenza!", pensó; "informaré a mis padres de lo ocurrido, pero antes seguiré explorando".
***
Un poco más alante recordó que sus padres  habían inaugurado un viejo y lujoso edificio que le había encantado, así que decidió acercarse para volver a verlo. En cuanto llegó quiso irse de allí.
No sabía cómo no se había dado cuenta antes en toda la gente  que se encontraba pidiendo en las calles, y las muchas familias que vivían en callejones, hambrientos y muertos de frío. Por no hablar de la numerosa cantidad de hombres y mujeres bien vestidas y arregladas que pasaban por delante de ellos sin prestarles la más mínima atención, justo igual que ella cuando llevaba la máscara. No era justo.
***
Aquella imagen tampoco le gustó; parecía que todo lo que había visto con la máscara era bueno y hermoso, pero solo lo parecía.
Comenzaba a pensar que no había nada en el mundo que mereciera la pena, y se estaba arrepintiendo de haberse marchado de casa.
Había tomado una decisión: iría a casa y se volvería a poner la máscara. Aunque quizá ahora que había visto que todo era mentira, le sería muy difícil volver a verlo todo como antes.
La pobre princesa estaba desesperada. Se sentó en la calle sola, con frío. No sabía qué hacer, por lo que se echó a llorar.
Cuando empezaba a pensar que todo estaba perdido, notó que una cálida y delicada mano le apartaba el pelo de la cara. Levantó la mirada y vio que era una hermosa mujer. "¿Por qué estas aquí tan sola? ¿Y tus padres?", preguntó. "No tengo" respondió la niña. "Debes estar helada y hambrienta. Ven, te prepararé algo y te pondré ropa caliente". Le tendió la mano y la princesa la tomó sin dudar un momento.
Aquella mujer la llevó hasta un caserón en medio del campo. Era precioso, y estaba rodeado de flores de todos los colores. Tenía además un gato blanco que recibió a la niña con alegría.
La mujer le puso ropa nueva y le hizo de comer algo rico y calentito, mientras le contó que ella tuvo una hija pero que a su edad murió a causa de una enfermedad.
La princesa le preguntó si es que no estaba triste -porque todo cuanto había en su casa, e incluso ella misma era alegre-, y la mujer le respondió algo que la niña jamás olvidaría: 
Le contestó que no podía mirar solamente las cosas malas de la vida, porque entonces se olvidaría de las buenas.
La princesa decidió quedarse en su casa como su hija, y ambas, mujer y niña, fueron felices; al menos el resto de su vida.

El Árbol