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6.7.11

Historia Sin Titulo 1


Mi nombre es Frederick O'Brien, y, para comenzar este relato, debo decir que no fui yo quien vivió esta historia -tan terrible como disparatada- y que por lo tanto no tengo ninguna relación con ella, sino que vino a mi un día por pura casualidad, mientras caminaba solo por un mercadillo. En uno de aquellos puestos, observé una carpeta de piel de un majestuoso color azul, decorada en su cubierta con el símbolo de un calamar gigante, un monstruo marino conocido comunmente como "kraken". Me dirigí entonces al tendero, un anciano malhumorado, y pregunté si podría echarle un vistazo a su interior. Dicho tendero, replicó que aquello no era ninguna biblioteca, y que por lo tanto si deseaba algo no tenía más que comprarlo. De esa manera, pagué aquel objeto que tanto llamaba mi atención y lo llevé a mi casa, que no se encontraba lejos de allí, para poder contemplarlo con detenimiento.
Su contenido, era un conjunto de folios amarillentos escritos en forma de diario, con notas en letra indescifrable aquí y allá. Comencé a leer con sumo interés, y cual era mi sorpresa que aquellos folios contenían una historia fascinante a mi parecer.
El protagonista se llamaba Jhon Dorian, capitán del galeón "El Ulises".
Espero que disfrutéis de la historia que contaré a continuación; a mí, sin duda, me parece fascinante:



Me había despertado aquella mañana demasiado tarde para ser el capitán de un barco. No me podía creer cuan afortunado era, pues mi tripulación se había solidarizado conmigo y me había dejado dormir hasta tan tarde.
Salí a cubierta, dolorido por haberme excedido la noche anterior con aquellas copas de vino, y me encontré de frente con Lucas, mi cocinero, que se disponía a traerme algo de comida y un alivio para la resaca. Se lo agradecí, pero lo cierto era que en aquel momento no tenía hambre. Lo había perdido tiempo atrás, cuando iniciamos nuestro viaje. Lucas asintió con la cabeza y prosiguió su camino.
Me dispuse, entonces, a buscar a Tim, mi joven navegante, de tan solo diecinueve años, un muchacho de extrema belleza y facciones perfectas, que en tantas noches de soledad me ha acompañado.
Pregunté cuánto tiempo faltaba para llegar a la próxima ciudad. Él contestó que nos estábamos acercando a Royal Town, y que llegaríamos allí al día siguiente hacia el medio día. Le dí un golpecito en el hombro y me marché, tenía cosas que hacer, cosas con las que ocupar mi mente, tan emponzoñada por lo sucedido años atrás que me había visto oblicado a partir de mi ciudad natal y recorrer el mundo a bordo de "El Ulises".
Me encerré en mi camarota y tomé una copa de vino, cuyo color, rojo como la sangre, me evadió a pensar en aquello que no deseaba recordar. Me vino a la cabeza su delicioso olor a jazmín, y su delicada piel pálida, blanca como la nieve. Sus cabellos, como sus labios y sus mejillas, eran del color del fuego, y sus okos siempre me miraban a través de brillantes esmeraldas. Su nombre, Rose Ann, reunía para mí toda la belleza del mundo en tan solo dos palabras, Rose Ann.
La amaba más que a cualquier otra cosa en el mundo, tanto que no me importaba su procedencia, y yo se lo demostré dandole todo aquello que siempre había deseado y por supuesto alejándola del nocivo ambiente en el que había estado desde una temprana edad, para finalmente convertirla en lo que llevaba oculto: la dama más dulce que he conocido jamás, pues su pasado nada tenía que ver con lo que de verdad había en su interior.
Y fue de su interior de donde pronto nació una preciosa niña, tan pálida como ella, tan hermosa como ella.
Pero yo era joven, quizá demasiado para unirme a tan tierna criatura, y con mis crueles actos -involuntarios, por supuesto- envenené la salud de mi amada esposa. Rose Ann se fue deteriorando al cabo de unos días. 
Aun así, ella siempre fue de salud inestable y enfermiza, algo que me sacaba de quicio, y su bondad, era algo que no soportaba. Ella era demasiado para mí. Estaba desesperado, y me ví obligado a ahogar mis penas, y a pasar el mínimo tiempo posible en casa. Ella siempre callaba. El color rosado de sus mejillas y sus labios se fue apagando, y ya de ella no quedó más que su exterior. Había cambiado.
Rose Ann tenía un aspecto cada vez más enfermizo y demacrado, e incluso la encontraba desfigurada por cardenales que rehusaba explicarme cómo se los hacía. No dormía ni comía. En cuanto a nuestra pequeña hija, me temía, no aceptaba nada de mí, se escondía en su habitación y allí permanecía.
Y entonces, una maána hace tres años, las encontré a ambas degolladas en el salón de nuestra casa. Me asusté, pero sin perder la calma, denuncié el asesinato, ordené a unos criados que lo recogieran todo y vendí la casa, para comprar con ese dinero mi actual galeón al cual bauticé como "El Ulises", ya que al igual que el héroe griego, navegaría huyendo del hogar y de aquellos crímenes que tanto me atormentaban.


***
Me desperté por la mañana, con dolor de cabeza, mucho peor que el día anterior, y tal y como el joven Tim me había dicho, ya habíamos llegado a Royal Town.
Reuní a mi tripulación en la proa del barco y les permití que empleasen el día como quisieran siempre y cuando trajeran luego provisiones para reanudar el viaje. Yo también decidí evadirme de mis preocupaciones del día anterior, por lo que me adentré en una taberna cerca del puerto cuyo rótulo tenía la imagen de un pulpo gigante dibujado. Tomé asiento en una de las mesas del fondo para observar con tranquilidad la sala y todos los hombres que allí se encontraban. En la barra, dos hombres de aspecto descuidado, quizá marineros, hablaban con el tabernero mientras este les ofrecía un plato con calamares y otras delicias del mar. El tabernero parecía un hombre amigable, aunque su rostro y sus formas le hacían un hombre pueblerino, más bien tonto pero amable al fin y al cabo. Las cejas se le unían en la frente; el pelo, sucio y despeinado, daba la sensación de no haber conocido gota de agua en semanas, e incluso meses, y me podía imaginar que su olor podría ser igualmente desagradable. Su dentadura poseía mellas aquí y allá, y una camisa marrón descolorida y con todo tipo de manchas de grasa y sudor fue la guinda que terminó de convencerme de que aquel hombre era un tipo repugnante. Desde mi mesa le pedí un vaso y una botella del mejor wisky que tuviera, y acto seguido centré mi atención en el único grupo de hombres que había, a parte de los de la barra.
Eran cinco, y estaban reunidos en torno a una destartalada -como todo en aquella taberna- mesa de madera. Estaban muy juntos unos de otros, y cuchicheaban para que nadie de los presentes pudiera escuchar su conversación. En sus rostros ví miedo, sorpresa, espanto. Uno de ellos sacó un crucifijo y lo besó al escuchar algo que había dicho uno de sus compañeros, otro se presignó, y fue en ese momento cuando escuché que alguien pronunciaba la palabra "kraken". Por supuesto, yo había recibido una educación, había leído mucho y sabía perfectamente lo que era un kraken, pero no pude evitar sonreír ante tal estupidez.
El tabernero me trajo la bebida que había pedido, me serrí un vaso y me acerqué a la mesa junto a aquellos caballeros. Les pregunté acerca de la palabra que había escuchado, y ellos me observaron, perplejos, a la vez. Acto seguido se miraron entre ellos y uno, el que parecía ser el jefe, dijo: "si, de eso hablábamos. ¿Quién es usted?"
Me presenté ante ellos, y les rebelé que los krakens eran criaturas marinas míticas, que no eran reales y que sus preocupaciones eran simples demencias de marineros. Todos rieron al escuchar mis palabras, y una vez terminaron, el "jefe" me invitó a tomar asiento acercándome una silla a su lado. Yo la acepté, perplejo, pues no sabía de que se acababan de reír. Posó su mano en mi hombro y volvieron a adoptar el tono de confidencialidad que tenían al principio. 
Notaron que no procedía de aquella ciudad. Yo asintí con la cabeza, y entonces ellos continuaron: me contaron que en aquellos mares había una leyenda desde hacía miles de años. La leyenda era un animal marino de tamaño descomunal, que atraía a los hombres a sus fauces. Me contaron que aquel mes hubo noticias de gente desaparecida, y sospechaban del kraken. Aun así, reusé a creerlo. Estabamos en una época avanzada, y que aun se creyera en supersticiones era algo absurdo. Me levanté y me dispuse a marcharme, pero entonces otro hombre me tomó del brazo y me aconsejó que si veía en la orilla del mar a una mujer misteriosa, no me lanzase a buscarla.
Después de esto, tomé la puerta y me marché. 
Continué dando un largo paseo por aquella ciudad sin poder librarme de la conversación -más bien discursión- que había mantenido con aquellos hombres en la taberna.
Al anochecer regresé al barco, donde ya mi trupulación me esperaba, cené a parte y me fui a solas para continuar mis cavilaciones sobre ese kraken. Y en tales cavilaciones me encontraba cuando pude ver una extraña figura en el agua: parecía temer largos cabellos, la piel pálida, brillaba con la luz de la luna.
Más tarde volví a mirar, y ya no estaba, por lo que pensé que habría sido una visión momentanea causada por el cansancio, y sin más miramientos, me marché a mi camarote sin más compñía que una botella de vino.
***
A la mañana siguiente no me encontraba mucho mejor que el día anterior. Sin embargo me levanté, dispuesto a partir de aquella isla.
Tim, mi jóven navegante, dijo que no convenía salir, pues a pesar de que el sol lucía altanero y brillante sobre nuestras cabezas, el viento anunciaba un lúgubre día de tormentas, y no convenía en absoluto navegar cuando se avecinaba tan mal tiempo. A pesar de sus advertencias, yo no quise escuchar. Royal Town no era la ciudad que mejor impresión me había dado. Otras ciudades llamaron mucho más mi atención y sin embargo no me até a ninguna de ellas.
Hicimos los ultimos preparativos y zarpamos de inmediato, para mi alegría. No sabía cual era la razón, pero pisar tierra firme era uno de los principales motivos de mi tristeza. 
Ya estábamos poniendo rumbo a la siguiente ciudad, llevábamos algo así como una hora navegando y notamos cómo el viento soplaba cada vez más fuerte. Acabábamos de perder de vista la costa, y de repente el sueño se tornó pesadilla: el cielo estaba cubierto por una densa capa de nubes que me hizo olvidar con impresionante rapidez la belleza de la luz del sol. Una lluvia torrencial golpeaba furiosamente contra el mar embravecido que se extendía ante mí hasta donde alcanzaba la vista, y pude ver por un instante el rostro de una mujer emergiendo de entre las aguas, y yo creí estar viendo una visión provocada por el temor y la falta de sueño. Sin embargo, al rostro de aquella hermosa mujer se le unieron siete más, que se dejaron ver ante nosotros. Eran ocho bellísimas mujeres, rubias, morenas, castañas... y una de ellas, una que me pareció familiar, era pelirroja. Se parecía a mi amada Rose Ann. Desde luego tenía su mirada apacible y su piel pálida. Todas ellas eran hermosas, pero solo ella podía gozar de una belleza extraordinaria.
Estaban desnudas, y la zona de sus costillas estaba recorrida por branquias, como las de un tiburón. Irguiéndose muy por encima del agua -algo completamente imposible para un humano-, pudimos ver que en la zona inferior, donde debían estar las piernas, continuaba un viscoso tentáculo con ventosas, propio de los brazos de un pulpo. En tanto que se presentaba ante nosotros esta imagen, y en tanto que hacíamos lo imposible por mantener el galeón a flote, tras ellas emergió la cabeza de un gigantesco y feroz cefalópodo, que nos envió a su pequeño ejército femenino contra nuestro barco, y generando olas cada vez más grandes, nos vimos enzarzados en una pelea contra aquellas hermosas mujeres que destrozaban sin ningun esfuerzo nuestro barco. 
La ninfa pelirroja se acercó a mi, y por unos instantes creí oir que me decía: "Jhon, ru ita y delirio destruyó cuanto bueno y hermoso había en mi".


Y este es el fin del relato encontrado. Sin embargo, a mi parecer, justo es el fin que se le ha dado a nuestro protagonista, pues que tal y como dijo el espíritu de Rose Ann, fue su furia lo que lo llevó a destruir, no solo a su "amada" esposa, sino también a sí mismo.