Visitas

28.2.12

Cuentos de Mamá-Pájaro: UNO

Érase una vez una mujer que vivía sin más compañía que una jaula de pájaros. Era enorme, la tenía desde que era pequeña y la fue llenando poco a poco con todo tipo de aves. Le encantaban, en especial las palomas; pero como se iba centrando cada vez más en ellas y menos en la gente se decía de que se estaba volviendo loca.
Y de algún modo así era, porque hablaba con las aves; ellas la entendían y ella las entendía. Cuando alguien la veía por la calle y le preguntaba por sus pájaros ella simplemente contestaba con un graznido.
Se gastaba todo lo que tenía en cuidar a sus preciados pájaros, así que ella terminó por alimentarse de lo mismo: alpiste.
Una mañana se despertó molesta por un incómodo bulto que comenzaba a salirle en la espalda. Le picaba y le dolía y aun así no paraba de rascarse.
La piel de sus piernas se estaba endureciendo cada día más. Sus brazos tendieron a juntarse a su torso, y los poros de su piel se abrían y dejaban pasar lo que parecía ser pelo de color castaño rojizo.
Los bultos de la espalda crecían cada vez más, algo se hacía paso a través de su espalda.
La mujer estaba aterrada, no sabía lo que le sucedía ni tampoco la causa de ello. Corrió varias veces al pueblo para pedir ayuda a alguien, pero lo único que sabía hacer era imitar el graznido de los pájaros. 
Terminó por recluirse en su casa. Los pelitos que parecían salir de sus poros eran en realidad plumas. Sus piernas se estaban transformando en patas rígidas con afiladas garras, y los bultos de su espalda eran alas.
Se sentó en un rincón del patio de su casa y, embelesada, miró la jaula. Culpó de su desgracia a los centenares de aves que guardaba en ella, aves que graznaban y piaban sin cesar como si se burlasen del mal que se apoderaba poco a poco de ella.
En la mujer se despertó el odio.
Abrió la puerta de la jaula con la boca -pues sus brazos eran ahora parte de su torso- y atacó a todas y cada una de las aves que allí se encontraban, devorándolas y arrancándoles las plumas. 
Estaba muy cansada y el dolor esa espantoso, por lo que se quedó dormida tras su ataque de ira, cubierta de plumas que no eran suyas. 
Por el día despertó y ya no sentía dolor alguno: la transformación se había completado. Salió volando con sus nuevas alas y cacareó como el gallo dando los buenos días huyendo hacia el bosque para esconderse. 
Todos los habitantes de la ciudad sabían quien era aquel enorme pajarraco con cabeza de mujer, y temiendo que volviera al pueblo a perturbar sus vidas iniciaron una expedición armados para encontrar al pájaro endemoniado que podría traerles serios problemas.
Una semana entera estuvieron buscándola hasta que por fin un joven le disparó en el corazón. La mujer-pájaro cayó al suelo muerta. El pueblo por fin podía descansar, ya no tenían por qué preocuparse. Todo había acabado.
Por lo menos esta historia.
Lo que ninguno de esos habitantes sabía era que la mujer-pájaro había sido mamá. Había puesto cuatro huevos en un nido en lo más alto del árbol más alto del bosque. De esos cuatro huevos nacieron dos niños y dos niñas humanos que vivieron alimentados por otros pájaros que pasaban por allí hasta que alcanzaron la edad suficiente para abandonar el nido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario