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16.4.13

2. Una Carrera Loca y una Larga Historia.

Continué nadando hasta que divisé la orilla de una playa. Al llegar a tierra había allí un ratón que salía del mar, posiblemente por la misma razón que yo, y se puso a caminar, así que decidí seguirlo.
Al cabo de un rato, el animal debió percatarse de mi presencia porque se dio la vuelta de repente y me habló:
"¿Sabes, niña? No es de buena educación seguir a la gente sin presentarse ni presentar un motivo por el que no se es presentado, del mismo modo que no es de buena educación contestar a una pregunta si esta no ha sido propiamente presentada antes". 
Me quedé perpleja ante tal dominio de las palabras -aunque lo que dijera no tuviera ningún sentido- pero luego me acordé del conejo blanco y pensé que el que las bestias hablaran en aquel mundo debía estar a la orden del día. 
"No soy una niña, y tengo un nombre; me llamo Aoife".
"Oh, vaya...", dijo con lástima, "no es culpa tuya". 
Dicho esto me dejó allí de pie, dio media vuelta y siguió su camino.
"Disculpe, Señor Ratón"; yo no estaba dispuesta a resignarme y quedarme allí sin que me diera una respuesta o una manera de salir de aquel sitio tan extraño.
"¿Cómo sabes mi nombre?", preguntó con sospecha, girándose hacia mí de repente.
"Supongo que lo he supuesto... quería saber cómo puedo salir de aquí". 
Me miró extrañado.
"¿Salir de aquí? Si ya estamos fuera".
Odio reconocerlo, pero tenía razón. 
"Me refiero a que cómo puedo volver a mi casa; verá, yo no soy de aquí, y..."
"¡Pero niña! ¿Cómo puedes pensar en volver a casa cuando estás empapada como un atún? Ven conmigo; todos están esperando a que les recite un discurso con el que se van a quedar secos".
Me tomó por un hombro y me guió hacia donde estaba un grupo de animales: había un dodo, un pato, un aguilucho y una urraca. Todos ellos estaban sentados en círculo esperando al Ratón, empapados también de pies a cabeza con las plumas manchadas y pegadas al cuerpo. 
Se pusieron a rechistar al Ratón porque había llegado tarde y estaban demasiado mojados aún. Se encontraban de tan mal humor que nadie pareció reparar en mi presencia, hasta que el Dodo se detuvo a  hablarme. Sostuvimos una larga discusión sobre el lenguaje -algo en lo que yo llevaba ventaja, o eso creía, ya que es lo que estoy estudiando en la universidad-; al quedarse sin argumentos, me chistó y dio paso al discurso del Ratón que supuestamente nos dejaría secos. 
"¡Silencio! Silencio todo el mundo", dijo el Ratón mientras todos se sentaban a su alrededor.
El roedor se aclaró la garganta y dio comienzo a su discurso:
"Guillermo el Conquistador, cuya causa era apoyada por el Papa, fue aceptado muy pronto por los ingleses, que necesitan un jefe y estaban desde hacía tiempo acostumbrados a usurpaciones y conquistas. Edwindo y Morcaro, duques de Mercia y Northumbría, se pusieron a su favor, e incluso Stigandio, el patriótico arzobispo de Canterbury, lo encontró conveniente...". 
"¿Qué es lo que encontró?", le interrumpí. No aguantaba más, ese discurso no tenía ni pies ni cabeza, y yo cada vez me sentía más irritada.
"Encontrólo", me respondió.
"Eso no tiene sentido, no ha dicho nada en todo el tiempo que ha estado hablando, yo sigo igual de mojada que antes y me tengo que ir a mi casa porque mañana tengo un examen, así que buenas tardes". Me levanté y me dispuse a irme cuando el Dodo me cogió por el brazo:
"¡Es de mala educación irse así sin escuchar a alguien!".
"Y es de mala educación tocar a alguien sin permiso". Todos se sorprendieron por mi respuesta, di media vuelta y me puse en marcha cuando alguien habló de nuevo.
"La niña tiene razón, todavía estamos mojados"; era el Pato.
"No soy una niña, me llamo Aoife", repliqué.
"Oh..." graznó la Urraca, decepcionada.
"¡Qué!", pregunté enfadada.
"Ya lo tengo", saltó el Aguilucho. "Podemos hacer una carrera electoral".
"¡Si!", gritaron todos, entusiasmados, al unísono. 
"¿Qué es eso?" le pregunté al Ratón.
"Ya lo verás; la mejor manera de enseñar a hacer una carrera electoral es haciendo una". Trazó un círculo en el suelo y cada uno se puso en él, aparentemente en un sitio al azar. No hubo "preparados, listos, ya", tan solo se pusieron a correr por todas partes, sin llevar un rumbo fijo y cada uno empezó cuando quiso.
Los miré a todos avergonzada. Era como si se hubieran vuelto ciegos o locos; me sentí muy patética por estar allí de pie observando la surrealista escena. Al cabo de un rato, el Dodo se detuvo y gritó entre jadeos:
"¡Basta! ¡Se acabó la carrera!".
"¿Quién ha ganado?", preguntó el Pato. 
"Pues... todos estamos secos, así que todos hemos ganado y todos recibiremos un premio", declaró el Dodo. 
"¿Y quién lo va a entregar?", intervino la Urraca.
Todos me miraron a mí y el Ratón remarcó en voz alta lo que pasaba en aquellos momentos por sus cabezas: 
"Pues Aoife, por supuesto".
Al cabo de unos segundos reaccioné:
"No tengo nada". Era cierto; había encogido y no tenía nada de ropa, a excepción de un trozo de cortina que sujetaba con una de mis horquillas. 
"Eso no es verdad, tienes pelo", insinuó el Aguilucho.
"No voy a daros mi pelo".
"Danos uno a cada uno", dijo el Dodo.
Aquella sugerencia era un poco macabra, pero yo no tenía ganas de más conversaciones absurdas, así que me arranqué un par de cabellos cobrizos para cada uno y se los regalé. 
"Pero tú también estás seca", continuó el Dodo, "de modo que tú también debes recibir un regalo". Se arrancó una de sus plumas azules y me la tendió honorablemente. Yo la cogí, di las gracias y cuando se pusieron a celebrar sus regalos aproveché la confusión y me marché. 

15.4.13

1. En la Madriguera del Conejo.

Me encontraba tranquilamente a la sombra de un viejo olivo una calurosa tarde de domingo. Me había llevado los apuntes de clase para estudiar tranquilamente, ya que al día siguiente tenía un importantísimo examen en la universidad. No había tiempo que perder. Era un tema complicado el que trataba, y ni siquiera la presencia de mi perra Dina podía hacer que perdiera  la concentración en mis estudios.
"Las partes en las que se divide el discurso son cinco..."
No había manera de recordarlos; los había leído mil veces y no se me quedaban en la cabeza, así que miré al frente y suspiré con desesperación, cuando vi un conejo blanco de ojos rosados y ataviado con chaleco que brincaba de un lado para otro consultando su reloj de bolsillo y decía: "¡Oh, pero qué tarde es! ¡Muy muy tarde!". 
Lo primero que pensé era que estaba sufriendo algún tipo de alucinación provocada por el calor y el estrés de tener que estudiar algo de lo que no me enteraba. Primero miré a mi alrededor para observar a la gente y nadie parecía prestarle atención al curioso roedor; luego bajé la cabeza para mirar mi reloj y ver si realmente era tan tarde, pero solo eran las cuatro y cuarto de la tarde.  Me remojé la cara con el agua que llevaba, bebí y volví a levantar la vista. El conejo blanco seguía allí y se dirigía a unos arbustos al pie de un árbol.
Cansada de esa absurda imagen decidí acercarme para ver lo que sucedía y así convencer a mi mente de que no había allí ningún conejo blanco. 
Efectivamente cuando llegué el conejo blanco no estaba, pero allí escondida había una madriguera.
"Qué típico!, pensé, y me dispuse a dar la vuelta para volver a mis quehaceres. 
Algo que venía del interior de aquel agujero me hizo regresar: era un eco que se escuchaba, la voz del conejo agonizante y alarmado que gritaba sin cesar "¡por los huevos de pascua y mis patitas peludas! ¡La reina me va a matar!".
Me acerqué más para ver si veía dónde acababa aquel hoyo, pero todo estaba muy oscuro. Debí asomarme tanto que apoyé un pie demasiado cerca del borde, resbalé y caí a su interior. 
"¡Odio los agujeros pequeños! ¡Y odio la oscuridad!", pensé mientras caía. 
Lo curioso -aunque no lo único curioso- es que al momento se encendió una luz -una lámpara de pie, de hecho- que estaba por allí flotando y pude ver el agujero a mi alrededor -que era mucho más grande de lo que en realidad se veía en el exterior-: las paredes estaban recubiertas de viejos cuadros, estanterías llenas de todo tipo de objetos y espejos, y a mi alrededor flotaba otro tipo de mobiliario como lámparas, sillas, sillones, escritorios...
Finalmente me di cuenta de que estaba cayendo increíblemente despacio.
"Me siento ridícula", dije en voz alta. 
Pasado un tiempo por fin caí sobre un montículo de hojas que amortiguaron mi caída. Mi primera reacción fue de dolor, pero al ver que no sentía nada y que me encontraba perfectamente me levanté de un salto y miré a mi alrededor.
No podía volver por donde había venido porque ni siquiera se veía la salida; delante de mí había un largo pasillo -la única salida posible- así que lo seguí. Otro suspiro salió de mis labios, porque era increíblemente largo y yo ya me preguntaba cuánto más seguiría. "Tengo que ponerme a estudiar", pensé, "no es momento para tonterías. A ver si encuentro unas escaleras pronto y me largo de aquí cuanto antes". 
Pero en lugar de escaleras lo que encontré al final de ese pasillo fue una puerta que me llevó a una sala circular rodeada por más puertas y en frente una larga cortina. 
"¿Qué clase de tarado demente habrá construido un lugar así?".
Me percaté de que había una mesita de cristal y sobre ella una diminuta llave. La probé en todas las puertas, pero no encajó en ninguna porque las cerraduras eran demasiado grandes. Me puse furiosa y lancé la llave a la mesa. 
Pronto me di cuenta de que esa cortina debía ser la clave sin duda. La aparté y allí estaba: una puertecita con una cerradura del tamaño perfecto para introducir aquella llave. En efecto, la puerta se abrió y pude ver el parque en el que había estado aquella tarde, pero por allí no pasaba ni mi cabeza. Intenté romper la puerta, la apaleé, la pateé... pero no sirvió de nada. Mi vista se volvió a posar en la mesita y esta vez había en ella un botecito de cristal con un líquido rosado en su interior y un cartel que decía "BÉBEME". Para ese entonces ya estaba segura de que alguien me estaba tomando el pelo.
"¡Muy bien! ¿Quieres que beba?", grité. "Pues ya estoy bebiendo, ¿lo ves?". Apuré el contenido de la botella -que sabía muy bien, como a macedonia de frutas. y la dejé en la mesa. "Ya está, ¿y ahora qué?".
Fue terminar de decir aquellas palabras y sentí un extraño hormigueo en las extremidades. Miré hacia abajo y el suelo cada vez estaba más y más cerca.
"Oh, esto no puede ser bueno". 
En un abrir y cerrar de ojos tenía el tamaño de una Barbie y la ropa me quedaba grande, así que adapté la camiseta que llevaba a mi cuerpo como pude y fui, contenta, a la puerta; cogí el pomo... y mi sonrisa se desvaneció en cuanto comprendí que me había dejado la llave encima de la mesa. 
Maldije una y mil veces mi suerte, traté de llegar a la superficie, pero era demasiado resbaladiza. Cuando ya me resigné y me senté para pensar en una manera de salir de allí, apareció por arte de magia -sé que es algo precipitado decirlo así, pero no encuentro ninguna otra explicación- un cofrecito también de cristal; en su interior había galletas con la palabra "CÓMEME" dibujada con pasas.
"No me gustan las pasas, pero si la bebida me hizo encoger quizá esto me haga más grande". 
Tomé una entre mis manos y la mordí con inseguridad. Tuvo en mí el mismo efecto de hormigueo inmediato, solo que esta vez me di con el techo en la cabeza y estaba totalmente desnuda. 
"Al menos no hay nadie por aquí que me vea". Me sentí ridícula y desgraciada. No soporto los espacios pequeños y cerrados, y el estar atascada no ayudó lo más mínimo. 
Miré en todas direcciones buscando algo con lo que taparme. Solo encontré la gran cortina, así que me la puse por encima como pude. Pensé en mi situación y no pude evitar agobiarme:
"Mañana tengo un examen muy importante de la universidad y no solo no lo voy a poder hacer, sino que voy a morir aquí sin que nadie sepa dónde estoy, atascada y tapada con una cortina..."
"¡Pero qué tarde es! ¡Por todos los hurones! ¡Por el regaliz rojo y los caramelos! ¡Voy a llegar tarde!".
Esa voz que sonaba a mis pies era la del conejo blanco.
"No me puedo creer que vaya a hacer esto..." me dije. "Perdone, señor conejo, estoy un poco atascada y perdida y me preguntaba si usted me ayudaría a salir de aquí". 
El conejo -curiosamente- no parecía que se hubiera dado cuenta de mi presencia, así que cuando le hablé y miró hacia arriba se asustó y se marchó, dejando caer sus guantes y su abanico al suelo. 
"¡Eh! ¡Eh! ¡Espere, no se vaya!", le grité con desesperación. Ni siquiera mi última esperanza -o mi último conejo- me sirvió de ayuda y me puse a llorar.
Era extraño que yo me pusiera a llorar, dejé esas cosas hace muchos años, pero en aquellos momentos me sentía verdaderamente apenada.
Mis lágrimas eran tan grandes que en seguida se formó un enorme charco a mis pies. Cogí los guantes y el abanico antes de que se hundieran del todo y por alguna extraña razón eso me hizo encoger de nuevo. El problema es que me hice tan pequeña que ese charco era un mar entero para mí. No tenía otra alternativa, así que me puse a nadar y a nadar...

7.4.13

Yo estaba allí sola, sentada en la arena con la espalda apoyada en una roca contemplando todo el lago y la ciudad allá a lo lejos. Hacía tiempo que había oscurecido y los fuegos artificiales brillaban con todas las estrellas como compañeras.
Se veía hermoso y el viento acunaba las hojas de los árboles allá en el bosque a mi espalda. No hacía ni frío ni calor, era una delicia ver aquel espectáculo.
Estaba sumida en la idea de que no quería dejar aquel lugar nunca cuando noté que alguien se estaba acercando. Miré hacia el hueco que quedaba entre dos rocas y de la oscuridad vi que emergía una figura que reconocí rápidamente: era mi amigo Clay, tan guapo como siempre, con su melena negra moviéndose con delicadeza, su piel marmórea brillando a la luz de la luna y sus ojos oscuros que relucían en la blancura de su rostro. 
"No pretendía asustarte", se disculpó, con esa voz tan grave que siempre me gustó.
"No lo has hecho", dije yo, mirándolo mientras se sentaba a mi lado.
"Sabía que te encontraría aqui, sola, como de costumbre".
"Al fin y al cabo este es nuestro sitio favorito", le sonreí y me devolvió la sonrisa.
"Y lo seguirá siendo hasta que tú quieras".
Después de eso nos quedamos callados. Él nunca fue muy hablador. Yo seguí mirando los fuegos artificiales pero notaba sus ojos posados en mí, recorriendo todo mi cuerpo. La simple idea de pensarlo aún me pone nerviosa.En aquel momento no pude evitar que un escalofrío me invadiera.
Él quizá lo notó; me acarició el cabello castaño que caía en cascada por mi espalda y lo apartó con suavidad hacia mi hombro izquierdo. Él se acercó a mí y dudó, pero entonces comenzó a darme besos en el cuello. En principio eran fríos, pero a medida que llevaba a cabo la acción lo notaba cada vez menos. Sentí un hormigueo especial cuando comenzó a intercalar besos con leves mordiscos y sobre todo cuando me besó la nuca.
Deslizó sus dedos para quitarme la camisa vaquera acariciando mis brazos al mismo tiempo. La dejó caer. Con una mano giró mi rostro para que lo mirara fíjamente a los ojos. No pude aguantar su mirada y la aparté. Clay, sin embargo, me besó primero tímidamente y luego con fuerza aunque ternura. Ambos acabamos emitiendo pequeños gemidos de excitación. De vez en cuando dejaba notar su lengua y acariciaba mis labios con ella. Levantó una mano y me sujetó la cabeza con firmeza. Después de un tiempo se alejó y me volvió a mirar a los ojos.
Él se quitó la camisa de cuadros y se quedó con una camiseta negra ajustada. Me gustó ver su pecho y sus brazos marcados por ella. Me volvió a besar, pero esta vez me acarició la entrepierna por fuera del pantalón. Yo me asusté tanto que me aparté.
"Ssshhh..." me dijo. Me tomó por los hombros y me tumbó boca arriba sobre la arena. Se puso sobre mí a cuatro patas, me sostuvo las muñecas por encima de la cabeza y me volvió a besar. En ese momento sus labios me parecían puro fuego, y mi corazón latía al unísono con aquella entrepierna que él acababa de tocar. 
Me liberó de la mano derecha pero pronto la volvió a sujetar con su izquierda para desplazarme la camiseta y subirla por mi vientre. Me acarició alrededor del ombligo y bajó la mano hasta el botón de los pantalones, lo desabrochó lentamente y bajó la cremallera. Clay pasó la mano por detrás de mi cintura y me levantó, apretándome contra él y así pude notar la dureza de su miembro. Me liberó las manos y me bajó los pantalones, me quitó las deportivas y los sacó completamente. La arena acariciaba mi piel debajo de mi cuerpo.
Él se quitó la camiseta y pude ver su pecho pálido brillando a la luz de la luna. Lo acaricié y sentí su suavidad. Él tomó mi mano y la sujetó de nuevo por encima de la cabeza. Me volvió a besar en los labios y luego descenció por mi cuello, mordisqueando aqui y allá; bajó por la clavícula y de ahí al pecho. Me besó los pechos por encima de la camiseta y continuó su recorrido; me besó el vientre y con los dientes me levantó la camiseta. Luego me la terminó de quitar con las manos y yo no opuse ninguna resistencia. No podía. Sentía vergüenza, pero quería hacerlo.
Me quedé allí tumbada en bragas y sujetador, acariciada por la luna y la arena.
Se inclinó y me susurró al oido: "no te muevas". Le obedecí. 
Me quedé quieta mientras él se ponía de pie; se quitó un zapato y luego el otro y finalmente se bajó los pantalones con lentitud pero no, los calzoncillos no. "Para hacerme esperar", pensé yo, que me moría por tenerlo conmigo.
Yo temblaba.
Se volvió a agachar y se puso de cuclillas junto a mí. Recorrió mi cuerpo con la mirada y acarició mi pierna derecha, desde el tobillo hasta las bragas. Las levantó e introdujo los dedos en ellas y me acarició primero superficialmente y luego los hundió un poquito más. Me tocó lentamente de arriba a abajo y se centró en mi clítoris. Yo cada vez estaba más nerviosa, nunca había experimentado nada parecido. Noté la sangre palpitar. Sacó la mano -me dejó con ganas de más- y me levantó de nuevo para desabrocharme el sujetador. Yo crucé los brazos en el pecho para que no me lo terminara de quitar, pero él me besó las manos y me las apartó. Me sentí indefensa. Volvió a mirarme y me dijo: "túmbate". Obedecí. Me acarició desde el cuello hasta el ombligo una y otra vez en círculo, cada vez más cerca de mis pechos. Al llegar a mi cacho derecho me acarició el pezón de un lado a otro, apenas rozándolo, y en un momento se puso duro. 
No sabía cómo actuar.
Gemí; no me pude aguantar más esa fuerza que nacía desde lo más profundo de mi garganta. 
Él sonrió y soltó una ínfima carcajada.
Con los dedos todavía sobre mi pezón -pero esta vez lo pellizcaba suavemente- se dispuso a besarme de nuevo, brúscamente y con dulzura. Con su mano libre me acarició el cabello y bajó la mano después para volver a acariciarme el sexo.
Yo estaba tan excitada que volví a gemir y él aspiró esos gemidos, los bebió con placer.
Se levantó y ya harto bufó, me arrancó las bragas y él hizo lo mismo con sus calzoncillos, liberando...
Yo abrí los ojos de par en par. "¿Me entrará?", pensé. Clay se mordió el labio y me besó con furia. Respiraba fuertemente y gemía. Se colocó encima y la apoyó en mí. Me aterró al tiempo que me excitó la idea de que podía penetrarme en cualquier momento.
Después apoyó sus labios en mi pezón izquierdo, lo lamió con la punta de la lengua y luego lo mordisqueó al tiempo que presionaba la punta contra mí. Se notaba cálida.
Cada vez presionaba más y más.
Yo estaba envuelta en gemidos, él no cesaba de lamerme primero un pecho y luego el otro al tiempo que su pene se abría paso. No sentí dolor una vez que entró; estaba muy excitada y húmeda y gemí fuerte.Noté una sensación muy fuerte que venía de mi bajo vientre y me iba subiendo poco a poco, me agarré a él y gemí todavía más, temblorosa. Él continuó su tarea y se movió adelante y atrás lentamente y con fuerza, y con cada una de las embestidas yo gemía. Quería a volver a experimentar esa sensación.
Él se apartó y salió de mí.
"No", dijeron mis labios. Fue más bien una súplica.
Él me miró desde arriba y se peinó la melena hacia atrás con los dedos de la mano izquierda mientras me sonreía.
Me empezó a besar el vientre y fue bajando lentamente hasta llegar a mi sexo. La lengua de Clay acarició mi clítoris; a veces la introducía un poquito en mí, cerraba los labios en torno a mi clítoris y luego introdujo tres dedos lentamente en mi vagina. Otro gemido salió de mi boca y fue masturbándome cada vez más rápido mientras sus labios y su lengua seguían su tarea.
Yo no sabía qué hacer. Jamás había experimentado tanto placer, y yo quería más. Mientras gemía hundí mis dedos en su cabello y apreté su cabeza contra mí. No sé  por qué, pero eso me excitó todavía más, gemí con más fuerza y volví a alcanzar esa sensación.
Cuando paró, se apartó de mí y me besó; saboreé de sus labios mi propio interior.
Me susurró al oido: "date la vuelta". Obedecí. Era increíble cómo me manejaba. Me puse a cuatro patas y me empujó de un hombro para que plexionara los brazos y me inclinara hacia delante. Acarició la curva de mi espalda, separó mis piernas y tocó mi sexo con sus dedos. LA apoyó de nuevo en mí y posó sus manos en mi cintura. De nuevo me penetró. 
Me embistió una y otra vez con fuerza. Yo gemí y él también. Le gustaba estar dentro de mí, sentía placer, estaba excitado y eso me hizo excitarme. Con las manos en mi cadera me acercaba a él con cada embestida, hasta quue apartó una de las manos un momento -supuse que para volver a apartarse el pelo- y luego entró en contacto conmigo de manera diferente. Me azotó. No con fuerza ni con rabia, de forma tímida al principio pero cuando vio que me gustaba y que gemía más fuerte con cada azote siguió hasta que ya no pudo más.  Himió una última vez más alto y nos fuimos juntos.
Se dejó caer sobre mi espalda rodeándome con sus brazos y se quedó así un rato abrazado a mí.
Luego salió y Clay y yo nos tumbamos en la arena. Me abrazó y yo me quedé dormida sobre su pecho suave, frío y sudoroso, acunada por sus jadeos y los latidos de su corazón, cubierta por un manto de estrellas y una luna grande y plateada.
Los fuegos artificiales hacía horas que habían acabado, y no me desperté hasta que el sol salió y bañó de un suave calor la ciudad. Ahora menos que nunca deseaba irme de allí.

18.3.13

Lo Bello

          Se adelantó y caminó entre la multitud. Subió las escaleras y miró a todos los presentes. Al momento desabrochó con decisión la túnica que la cubría y se destapó, dejando ver al mundo su desnudez:
       -Contemplad mi rostro. La juventud reside en él; mis mejillas, sonrosadas; mis labios, perfectos y carnosos; mis ojos, con sus correspondientes pestañas, hacen mi mirada dulce e inocente -irresistible, diría yo, para cualquier hombre-; mi cabello castaño cae en cascada por mi espalda, adornado por unos perfectos rizos cuidados; mi piel marmórea es delicia de cualquier boca, y mis manos, jovenes y delicadas, tienen una manicura envidiable y unos dedos de los que solo un loco se quejaría.
          »Mas fijémonos ahora en lo que no se ve realmente:
      Una cicatriz aqui, en mi brazo izquierdo, de casi quince centímetros de longitud. Una mancha de nacimiento con forma de almendra en la cadera. Numerosas pecas en todo el cuerpo. Diminutos granitos que enrojecen la piel en brazos y piernas. Exceso de grasa en muslos; estrías. Un cuerpo con forma de pera. Pechos pequeños, caidos para una joven de mi edad. Diminutos pezones invertidos, casi inexistentes.
       »Decidme ahora, vosotros que me observáis, si soy hermosa. Aquellos que opinan que mi imagen repugna, pueden marcharse. Los que vean la belleza que reside en mi imperfección...

2.3.13

El Sabor de la Nada

"La esperanza que en un tiempo espoleaba tu ardor
ya no quiere montarte
(...)
¡Alma exhausta, vencida! (...)
ni el amor ni la guerra pueden ya cautivarte".

I
¡Olvidad, oh, placeres, a ese pecho sombrío!
Pues también yo he olvidado aquel sabor
de la tranquilidad
en un tiempo en que yo me consideraba
dichosa.
Mas dime, ¿conocí yo esa palabra?
Ha quedado tan lejano ese tiempo
que ya no guardo de él sino retazos
que se me antojan incomprensibles
como partículas de un sueño
que ya apenas guardo.
Aquella que ahora veo 
no es más que una necia
-¡Imbécil!
¡Pobre alma engañada, durmiente
que ha despertado
para ver que la realidad no es más que pesadilla!
Y donde antes disfrutaba
de un dulce cosquilleo
tranquila
reposada,
ahora encuentro la misma satisfacción
en la nada. 
Mente, ¿te has vuelto loca?
Corazón, ¿sigues ahí?
¿Por qué me resulta imposible conmoverme
con la esperanza y el sueño
de mi lejano pasado?
-Ahora solo te quedo yo.
Ahora solo me quedas tú, 
Reina legítima de mis pensamientos.
Eres tú en quien confío,
pues tú llegaste cuando el resto se marchó.
¡Nadie te necesita, Mente!
¡Hasta nunca, Corazón!
-Quedamos tú y yo.
Y solo quedamos nosotras, mi Reina,
y este odio y mi rencor
que han entrado por la fuerza en mi pecho.
-¿Y qué fue de tu lejano YO?
¡Sigue moribunda!
Apenas se puede ya mover.
Nunca le importó a nadie,
déjala morir,
que poco a poco tú y yo
encontraremos la mejor manera de disfrutar
de esta maravillosa nada.

II
No dejéis de traer papel
hasta que, borracha de palabras,
haya expandido mi odio
por el mundo.
Que mi rencor supera
la dulzura; que ya no siento sino dolor.
La justicia hipócrita 
elevó mi ego
para cumplir la ley del más fuerte.
Y cuando me mires a los ojos
y ya no me veas en ellos,
cuando re horrorice 
la sola contemplación
del monstruo que ahora soy...
por favor,
¡celebra tu triunfo!
Porque has conseguido 
lo que nadie logró:
dejaste KO mi inocencia
y restauraste el asco
y el rencor.

19.2.13

A Lady Augustine-Gaëlle Prideux de Bourg.



¡Mirad su pecho terso!
¡Cómo resplandece, 
pálida, su piel!
Su vientre de niña, 
pequeño y dulce,
lleva a los hombres 
a un sueño nefasto
por no poder tener 
a la hermosa,
hermosa Gaëlle.
¡Contemplad sus manos! 
¡Cómo irradian seguridad!
Juguetean con dulzura
esconden un misterio aquí y allá;
dedos delgados, 
blancos como la nieve,
decorado de perlas 
y joyas preciosas.
Y mientras, sus ojos 
grandes, verdes,
envueltos en pestañas 
esconden un sentimiento 
de temor y de miedo.
Bajo un manto de carmín 
se oculta una sonrisa,
y se espolvorea colorete
mientras una sirvienta le traza 
tirabuzones en el cabello.
Lleva puestas
sus mejores galas
en su pecho un corazón
negro ha pintado.

Con lejano desconsuelo
atisba su figura
y no alcanza a evitar 
que en su mente se cuele el reflejo
de su irrefrenable futuro.

¡Ahora da vergüenza
Lady Augustine!
Sus pechos
cuelgan de su busto, 
péndulos de reloj,
edificios, viejas glorias caídas.
Una mano cruel
la ha tomado con rabia
y ha hecho de ella 
una hoja en blanco
que jamás recuperará 
su liso original.
Garras manchadas, 
temblorosas y frágiles
visten joyas 
para ocultar su deterioro.
Se ha maquillado, 
su rostro empolvado,
cubierto su pecho,
pintado sus labios
y espera, en vano,
que nadie se fije
en su cabello
-¡no aguanta los rizos!
¡No aguanta nada!-
Sus ojos
muestran  la imagen
de alguien que sueña 
en aquella que antaño fue.
Observa el triste reflejo de su pasado
e imita su forma de manera risible.
Allí donde un corazón negro
sobre su pecho sigue pintado.

15.2.13

Palabras, palabras, palabras...
¡Qué fácil es prometerlo!
Dicen hacer, dicen ofrecértelo todo y al momento de la verdad te encuentras sola, deprimida, abatida y rasgada.
¿Qué consigues con eso? ¿Cuál es el precio de su amistad? El sufrimiento.
Perder toda razón, todo control y dejar de ser "tu" para ser "ellos".
      -Pues acaba.
Eso he hecho, acabar. Me he cansado, "nunca has pensado así" dicen, "diciendo eso nunca podrás llegar a ser feliz" y lo más doloroso de todo, "bueno, ya entrarás en razón". ¡Ya he entrado en razón!
     - Que se vayan a la mierda.
¡Eso he hecho!
Estoy terriblemente agotada de sonreír y callar, estoy cansada de sentirme rasgada y no pienso retroceder y aguantar el golpe. 
      -Devuélvelo.
Lo pienso devolver el doble de fuerte, más doloroso que nunca. Se acabó preocuparse por los demás, ya no hay un "nosotros" sino un "yo". 
Soy la Reina, yo soy la importancia personificada. Toda yo soy relevancia, irradio poder y grandeza; mi época de riqueza ha llegado en medio de la sequía. Se acabó el no ser importante para nadie
      -Eres importante para mí.
porque por una vez soy lo más importante para alguien, por primera vez me siento como una diosa hecha persona. Y lo voy a aprovechar. Nadie me va a dar la espalda sin un rostro descompuesto por la derrota. Porque yo soy importante.
      -Eres lo más importante.
Soy más que una diosa, soy un ser supremo enfrentado a millones de seres insignificantes que nada tienen que hacer. 
De modo que no tenéis poder sobre mí.