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23.4.12

Tú, tu cama y tu temor

Apago la luz y mi tortura comienza. 
Son tantos los sonidos que ses escuchan en el silencio de la noche, tantos los diabólicos estruendos nocturnos que casi preferiría el bullicio de la mañana.
Mientras tanto mi corazón sufre, se angustia y trata de huir de mi pecho a un ritmo acelerado. Pero, ¿hacia dónde ir? ¿Por qué camino dejarás tu rastro de polvo si ni siquiera sabes lo que hay a tu alrededor?
Y sí, conoces cada palmo de tu habitación, cada detalle, cada mueble. Sabes que el televisor está ahí, en frente de ti; que la cama en la que tu hermana resuella está al otro lado de la habitación a tu izquierda; que detrás está la estantería con tus libros, el tocador y una mesa llena de ropa, cojines y peluches.
Pero, ¿quién garantizaría tu seguridad y que todo continúa en su sitio tal y como lo dejaste al apagar la luz? 
¿Y que esa luz roja brillante no es del televisor, sino uno de los ojos de un monstruo espeluznante? ¿Y que esos sonidos y esa fuerte respiración no son de tu hermana, sino de otra criatura igual o peor que la anterior se acerca lentamente a ti y son esos los sonidos que emite?
Y la ventana, oh, la enorme ventana que durante el día deja pasar la luz celestial que emite el astro Rey ahora también duerme; sus párpados  -míralos- están tan cerrados que ni las luces de la ciudad, ni las voces de aquellos que caminan en mitad de la noche sirven de apoyo en tu paranoia.
Y en el fondo  solo es eso: paranoia. Un miedo, un veneno que se alimenta de ti y de los latidos descontrolados de tu corazón. Tratas de calmarte, pero a tu cabeza no hacen más que llegar intrusas imágenes de peligro e inseguridad. Y si hay una imagen que realmente te hace daño se colocará en tu cabeza haciéndote soñar con ella durante toda la noche; eso, si sueñas.
No ha terminado todo aun, porque aunque tú mismo te acabes derrumbando y te rindas a tu agotamiento, aunque tus párpados cedan y por fin encuentres tu merecido reposo, tu mayor enemigo -el temor- te hará cosquillitas en la nuca para recordarte quién manda, oprimiéndote y enseñándote con su delicada crueldad que Él es el Rey de tus oscuras noches; que ni siquiera un recuerdo alegre podrá borrar de tu mente la agónica situación que te espera cada noche en esa cita diabólica en contra de tu voluntad: tú, tu cama y tu temor.

Cuentos de Mamá-Pájaro: CINCO

El último huevo de mamá-pájaro era una niña que bajó del árbol a los 18 años. Esta ultima tuvo un problema, y es que no terminó de desarrollarse del todo; era bastante transparente y delicada, enfermiza y delgada. Casi parecía que podías pasar a través de ella.
Anduvo durante mucho tiempo y llegó a una pequeña aldea situada en el mismo bosque en el que estaba el árbol de mamá-pájaro. Allí la gente era feliz y despreocupada, todo lo contrario a la casi inexistente joven  que se sentía torpe, abatida e incapaz.
Con todo, quiso hacer un esfuerzo y trató de hablar con los habitantes de aquel poblado. ¡Qué inútil! Pues su malformación impedía que los demás la vieran y sus deformes cuerdas vocales no eran capaces de elevar su voz  más allá del leve susurro de las hojas de los árboles meciéndose con el viento muy, muy lejos de allí. ¿Qué hacer ahora? Fue de persona en persona, de mujer en hombre, en niño y en bestia, y nadie la notó.
Sus esperanzas menguaron y su tristeza aumentó. Ya no tenía fuerza para nada más y no quería seguir viviendo de aquella manera, por lo que decidió terminar sus esfuerzos y se quedó sentada en el suelo en el centro de aquella aldea. Cada día su llanto era peor hasta que un día su mal infestó el pueblo haciendo que la gente se convirtiera en polvo poco a poco. Como no la veían ni la notaban, no sabían de dónde venía aquella maldición; llamaron a todos los médicos que conocían, pero aquellos que pisaban el pueblo -e incluso el bosque- corrían la misma suerte. 
La joven no era consciente de su mal, simplemente vivía pasiva a lo que sucedía en la aldea. Hasta que un día no quedó nadie  que no se hubiera convertido en polvo, y la muchacha murió al cabo de unos días de hambre. Aquel pueblo quedó en el olvido hasta que mucho tiempo después, una nube notó la presencia marchita de la niña y lloró por ella; allí, justo donde su transparente cadáver alimentó el suelo, las lágrimas de la nube hicieron crecer la semilla del mal en el mundo.


FIN


13.4.12

Cuentos de Mamá Pájaro: Cuatro

El tercer huevo de mamá pájaro fue un niño que bajó del árbol cuando tenía doce años.
Fue entonces adoptado por unos padres que no podían tener hijos, por lo que se pusieron muy contentos por poder tener a un niño tan guapo como él.
Sin embargo, como había pasado con sus hermanos, él también poseía genes extraños que provenían de su madre: este niño era capaz de ver cosas que los demás no podían ver. Por ejemplo, su nueva madre era muy amable, cálida y generosa, pero él podía ver todo lo malo que se encontraba en su interior, las cosas malas, perversas y oscuras que todo el mundo posee; además su pelo solía estar revuelto -lo que a él se le parecía enmarañado y completamente despeinado-, y tenía una diminuta verruga que le daba ganas de vomitar cada vez que la veía.
En otras palabras, el niño era capaz de ver todo lo malo y horrible de las personas, tanto de su personalidad como de cosas malas que hubieran hecho, como de su aspecto. Esto hacía sufrir mucho a sus padres porque lloraba sin razón alguna, vomitaba con frecuencia sin estar enfermo y tenía miedo de todo y de todos. Pasado un tiempo entendieron lo que le sucedía a su querido hijo y nunca lo dejaron mirarse en un espejo por miedo a lo que podría ver en sí mismo. 
Durante un año vio a muchachas hermosas pero vanidosas y crueles; hombres de fé que predcaban la semejanza entre todos y que caminaban por el mundo juzgando a los demás sin conocerlos; gente con la nariz grande que a él le parecía una enorme cueva; gente rellenita que ante él parecían planetas enteros.
El niño estaba fuera de peligro mientras se mantuviera alejado de las superficies reflectantes, y sus padres hicieron un buen trabajo protegiéndolo de sí mismo. 
Una mañana se despertó y echó agua en la fuente para lavarse la cara, se inclinó y por un instante vio su rostro reflejado, contemplándose primero con miedo, luego con horror y por último con asco. Tal fue el odio que sintió por su persona que sus ojos simplemente saltaron de sus cuencas a la fuente.
Sus padres lloraron desesperados, pero el niño era feliz porque con sus sentidos restantes no era capaz de percibir lo malo que había en las personas. En cuanto a lo que vio cuando se reflejó en el agua, nadie lo sabe con seguridad; solo que es lo más horripilante y despreciable que puede encontrarse en un ser humano.