Visitas

26.2.12

Tercera Estación

Lo que me dispongo a relatar sucedió en otoño, pero mucho tiempo atrás, antes que las dos historias previas.
Tiene que ver con un árbol que comenzó siendo como los demás árboles: naciendo de una pequeña semilla.
Creció en medio de un bosque, feliz, hermoso; daba frutos de color blanco y sus flores tenían un aroma especialmente dulce.
Era el árbol más grande del bosque, y todos los hombres acudían a él para dormir la siesta a su sombra. Pero el tiempo pasó; los hombres cambiaron y ya no se pasaban a echar una siesta, sino que arrancaban sus frutos, dañaban sus ramas y no sólo a él, sino también a sus hermanos, tallaban su tronco, provocaban incendios y eso no le gustaba.
Su ira fue creciendo cada vez más; poco a poco dejó de fabricar hojas, ya no se preocupaba por decorarlas en primavera con flores o fruta. Su rabia y su dolor lo hicieron menguar y retorcerse, pero para él eso no era suficiente. Quería vengarse de los hombres que seguían acercándose al bosque para hacer travesuras. Un día se acercó a él un niño pequeño que, inocente, sentía curiosidad. El árbol movió sus retorcidas, delgadas y desnudas ramas, lo cogió, abrió su tronco y lo tragó sin más.
Y así continuó, alimentándose de los niños que se acercaban a él, dándoles una lección; hasta que un día por el sangriento almuerzo que tomaba comenzó a fabricar frutos de nuevo, pero esta vez de color rojo.
La producción de estos lujosos manjares era una ventaja para el árbol, que atraía todavía a más niños.
En cuanto a qué pasaría si alguien comiera de aquellos frutos... Nadie lo sabe aun. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario