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19.12.11

Miedo

No es malo sentir miedo, pero ella sentía demasiado.
Vivía sola en una gélida y descomunal casa, sin mayor compañía que el eco de su silencio golpeando contra cada pared, de cada pasillo, de cada ala de la mansión, y era en una habitación de un pasillo, de un ala de aquella casa donde reposaba, asustada, cada noche.
Vivía sola porque nadie quería estar con ella, todos se habían marchado de su lado poco a poco, y esta soledad le causaba temor.
De modo que cada minuto, de cada noche, de cada mes de cada año se aislaba en aquel dormitorio, echaba el cerrojo, alumbraba tantas velas como podía y cerraba las cortinas se abstraía en una mañana ficticia.
Mas fuera de su alcoba continuaba reinando la oscuridad, y en medio de su silencio escuchó un chirrido en la ventana que aceleró su corazón.
“Hay un árbol junto a mi ventana; quizá el viento mueve sus ramas y ese sonido no es más que el árbol que golpea el cristal”, pensó ella.
Se aproximó a la ventana y, con manos temblorosas apartó las cortinas. Por un momento pensó que el corazón le iba a estallar en el pecho; dudó de su seguridad en aquella habitación, en aquel pasillo, en aquella ala, en aquella mansión y temió encontrar un horrendo monstruo o demonio apoyado en el alféizar, esperando para llevársela con él. Efectivamente, no era nada más que un árbol que golpeaba sus retorcidas ramas contra el vidrio.
Cerró las cortinas de nuevo, se metió en la cama y tomó, ya más calmada, un libro entre sus manos esperando así ocupar su mente hasta poder dormirse por sí sola. Pero las velas bailaron con una leve brisa que entró, y ella creyó ver a un hombre deforme vestido de negro agazapado en un rincón oscuro de la habitación.
De nuevo su corazón se aceleró y subió la mirada. Sin embargo, en aquel rincón solo vio un viejo sillón de cuero.
“Fue la luz de las velas la que ha confundido a mis ojos, la luz ha sido la que me ha hecho imaginar lo que no es verdad”. Se tranquilizó, y retomó su lectura.
Ya casi se dormía, los párpados eran los que mandaban y se cerraban lentamente; la cabeza ya no se sostenía sobre sus hombros, sus manos, débiles, ya no podían sujetar el libro; poco a poco se fue olvidando del miedo que sentía y de la atmósfera que la envolvía, pero entonces se escuchó con total claridad en aquella habitación, en aquel pasillo, en aquella ala, en aquella vieja, destartalada y solitaria casa, un crujir de madera y unos lamentos siniestros que parecían venir del más allá.
Y era su corazón el que mandaba ahora; sintió que quería saltar, echar a correr y huir.
“Es una vieja casa la mía, tanto, que es fácil que el viento que sopla fuera entre en los recovecos de las ventanas y produzca un sonido similar a los lamentos de miles de almas en pena”, comenzó a pensar, sumergida en sus sábanas; “además, la madera del suelo de mi mansión está igualmente vieja y seca, lo que la hace crujir, incluso por la mañana”.
Asomó lentamente la cabeza por encima de las sábanas e imaginó entonces un rostro de ojos amarillentos y largos dientes afilados observándola. Su corazón, que no había cesado de latir con fuerza, le latió aun más fuerte ante la presencia de aquella imagen en su mente…
Tanto, que su corazón terminó por saltarle del pecho, echar a correr y huir.
Ella se quedó allí tendida en su cama, en su habitación, en el pasillo, en el ala, en la mansión; sola, iluminada por diminutas llamas que bailaban, se burlaban, la miraban y la rodeaban, en un intento de huir de la peligrosa noche que velaba por ella, sin ni si quiera sospechar que la mayor amenaza se encontraba allí dentro, con ella.

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