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1.2.13

La Danza Macabra


En el cielo la luna ilumina de plata las lápidas marmóreas.
Una leve brisa acaricia los árboles e impulsa a las hojas a caer al suelo y a mecerse; el búho ulula a la luna y acompaña a la sinfonía que toca entre las delgadas ramas de los sauces.
El reloj de la torre rompe el sonido sordo de la sinfonía que suena anunciando la llegada de la media noche, y con ella aparece una mujer de tez pálida como las tumbas del cementerio. Camina con paso firme adelantando una pierna a la otra. Blancas, delgadas, perfectas.
Su cuerpo está cubierto por un manto que bien podría ser el cielo en una noche en la que la vergonzosa luna oculta su rostro a los mortales, o bien la mortaja de gala de un difunto.
Llegada es al pie del cementerio, alarga un huesudo brazo y se descubre el rostro, un rostro impasible, neutro, sereno y al mismo tiempo el más bello que ojos humanos hayan podido ver.
Toma un instrumento musical con la mano izquierda -¡parece que lo ha sacado de la nada!- mientras que con la otra acaricia una tumba. Coloca el violín en su hombro y se dispone a tocar una deleitosa melodía.
Zig, y zig y zag; así como desliza el arco por las cuerdas el otro mundo se funde con el nuestro. Hace una súplica a los muertos y los despierta cual infantes que deban partir a la escuela.
Zig, y zig y zag; los óseos cuerpos de los durmientes remueven la tierra con dedos causados para comenzar así su propósito anual.
Zig, y zig y zag; la lóbrega dama crea música mientras contempla deleitosa con una siniestra sonrisa en sus labios cómo sus muertos súbditos abandonan uno a uno sus hogares.
Zig, y zig y zag; banqueros, reyes, curas, mendigos y sastres se toman de las manos y hacen danzar sus cadáveres exentos de calidez para complacer a su dueña.
Clic, y clic y clac; sus huesos se golpean y acompañan al zig y zig y zag del violín.
La Danza Macabra llega a su apogeo. ¡Cuán patéticos se ven! ¡Son todos marionetas risibles de un mismo titiritero!
La dama se carcajea altanera por ver cumplido su objetivo, mas, ¿qué sucede? El Sol, glorioso salvador, despierta al gallo para anunciar su llegada. No más zig, ni zig ni zag. La dama vuelve a ocultar su violín. Los cadáveres putrefactos regresan agradecidos a sus hogares y duermen ¡oh! duermen con la inútil espera de que no llegue el año siguiente.
El calor llega al cementerio, y ya no queda rastro de la mujer de facciones perfectas. El silencio reina en el camposanto y descansa en paz otro año.

Y zig, y zig y zag.
El violín ya no sonará más

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