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1.2.13

El niño y la paloma.

La paloma negra batió sus alas para posarse en el alfeizar de la ventana del recién nacido. El pequeño la miró con curiosidad, esperando a que actuara y lo entretuviera en su aburrida hora de la siesta.
La paloma le hizo un gesto para que la siguiera, pero el niño no podía moverse. Sus diminutos miembros eran débiles e inútiles, no sabía cómo llegar a aquel curioso ser. Sin embargo, el ave color carbón era gentil y buena, por lo que, cumpliendo su deseo de volar lejos con ella, lo tomó por los brazos con sus garras afiladas cuales espinas de una bella rosa y lo elevó al cielo sin esfuerzo alguno.
Largos días volaron juntos, ave y niño, niño y ave. Surcaron la felicidad, la risa del retoño llegaba a oídos de los Otros y por un tiempo creyó que la negra paloma no lo abandonaría jamás.
Con el tiempo llegaron a un abismo rodeado por doquier de oscuridad y negrura. Y allí, justo en medio de la desesperante inmensidad encontrábase un monstruo horrible cuyo nombre era Traición, cuyas fauces abiertas eran más grandes que la confianza, el amor y las horas que los amigos habían pasado juntos.
El recién nacido lanzó una mirada de súplica a la paloma que ni siquiera se atrevió a contestarle.
Ya era demasiado tarde para aquel que había comenzado a vivir, pues sin remedio el ave liberó a su presa justo en la boca del monstruo agradecido por tan dulce manjar. Decid, pues, ¿hay algo más dulce para el diablo que traicionar la confianza ciega?

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